*Basado en hechos reales
Clara es una niña de 7 ó 8
años, ¿o eran 9? (¡Sí, venga, 14!, dice Carlos). Bueno, al final tiene 9
años. Es una niña rubia muy guapa, con muchas pecas y una inocente sonrisa inocultable. Es verano y está en Venezia de vacaciones con sus padres y su hermano. Los padres
necesitan un descanso de sus maravillosos hijos así que deciden tomar un café
en una terracita dejando a sus hijos aparentemente fuera de peligro dando de
comer a la palomas de la plaza, algo totalmente normal para los aragoneses ya
que jugar con la palomas de la Plaza del Pilar es un pasatiempo para los niños
desde tiempos inmemoriales.
Clara compra un paquete con trocitos de pan y los lanza cerquita suyo para que las palomas se acerquen a ella. Está emocionada, tiene a los animales muy cerca y casi puede hasta tocarlos. Se está divirtiendo así que decide ir un poco más allá y pone trocitos de pan en sus manos, con la esperanza de que alguno de esos animalillos se pose en ella para comer. Su felicidad es visible desde su sonrisa hasta el movimiento de caderas estilo boogie con una inocencia que muy pronto va a perder para siempre.
La sombra se apodera de la plaza y se escucha el retumbar de un trueno. Un fuerte viento azota la capital de Véneto y acompaña a su silbido un sonido espantoso, un graznido que parece venido de las mismísimas puertas del infierno, un sonido que asusta al propio Cerbero y deja salir del inframundo a esos horribles animales que producen el desquiciante sonido.
La sombra que encapota el cielo se vuelve más negra y Clara sube la cabeza asustada para ver el infierno que se cierne sobre ella. ¡Ahí está, se acerca!, el ejército de las tinieblas, un ejército venido desde tiempos ancestrales, un lugar y un tiempo desconocidos por el hombre, un ejército formado por soldados alados, con pico, patas y muy buena puntería cuando disparan. Son 8 millones de palomas, no 8 mil, ni 800, ¡8 millones!, y todas poseen un mismo objetivo: la niña ya no tan sonriente con trocitos de pan en las manos.
Clara, confusa por el miedo, comienza a correr en todas direcciones con una nube de palomas rodeándola y atacándola para acabar con toda su comida. Tropieza y su espalda golpea el suelo con la mala suerte de que la bolsa de comida se rompe y caen sobre su cuerpo todos los trocitos de pan. Las palomas la avasallan, arrasan con todo lo que hay sobre su cuerpo, sin dejar nada. En su afán de devoro, una de ellas incluso arranca una pequeña peca que sobresale levemente en su pecho. La pobre Clara llora, llora desconsolada sin poder defenderse ante tal aberración enviada por Satanás para traumatizarla de por vida. Ha perdido y sólo le queda esperar a que el infernal ejército se vaya para conquistar otra batalla que, esperemos, sea más igualada.
Las palomas se van con el saber de un trabajo bien hecho y el estómago lleno. Una de esas ratas voladoras gira su cabeza mientras se aleja y sonríe mientras Clara la observa cubierta de lágrimas y migas de pan, ese pajarraco huye con algo más en su estómago, ese pajarraco se lleva su peca, una peca que nunca recuperará.
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